Hay quienes se faldones bautizo vuelven apopléticos al recibir correo electrónico comercial no solicitado, comúnmente llamado spam. Son los mismos que reciben cientos de cartas masivas dirigidas a «Ocupante» sin pestañear.
Deshacerse del correo no deseado significa clasificar la pila para sacar las piezas importantes y luego tirar el resto al cubo de la basura. La basura se acumula en los vertederos y en los océanos mientras los árboles siguen cayendo para producir más y más papel.
El correo electrónico puede escanearse rápidamente y luego borrarse, desapareciendo para siempre en el ciberespacio, sin causar contaminación ni acumulación, y sin necesidad de consumir recursos no renovables.
Mi bandeja de entrada es mi conducto hacia el mundo, y la examino a diario con ojos ansiosos en busca de esos bocados inesperados que aparecen de la nada. He encontrado ofertas deliciosas, he desarrollado nuevas áreas de interés y he seguido enlaces seductores a sitios web que se han convertido en favoritos perennes, todo ello gracias a mensajes no solicitados.
Mi respuesta es que, salvo el material descaradamente pornográfico, me gusta el spam, y espero que siga llegando. Desgraciadamente, los que sienten que la pureza de Internet ha sido violada de alguna manera, han conducido a un mundo cibernético en el que todo requiere confirmación, listas de exclusión doble o triple, rebote de los mensajes entrantes por parte de filtros no inteligentes, y evoca múltiples quejas a los ISP que se ven obligados a investigar y responder.
Internet es tan maravilloso porque es muy resistente al afán de cooptación del gobierno, las grandes empresas y los ricos y poderosos. Es el gran nivelador donde hasta el más humilde puede conectarse al mundo.
Luchemos para que siga siendo así, aunque suponga dedicar 30 minutos de nuestro precioso tiempo diario a borrar mensajes no deseados.